La historia: Recientemente, un conocido consultor de Estados Unidos, quien vendría a México para un congreso, me buscó para que hiciéramos algo juntos. Al saber que quien me buscaba era una persona de renombre en el ámbito, me sentí halagado de que se interesara en hacer algo conmigo, por lo que accedí con gusto.
La primera impresión
Tras esperar más de veinte minutos su llamada –pues insistió en que me marcaría a una hora en específico–, hablé por primera vez vía telefónica con dicha persona, a quien no conocía, sino sólo por haber visto un par de conferencias en el reconocido sitio de YouTube, hace algunos años, y saber algo de sus libros.
No quise poner demasiado énfasis en que pasaron más de 20 minutos en que me marcara, pues podría pensar que “a cualquiera le pasa”. Pero algo dentro de mí decía que él no era “cualquiera” o no debía ser “cualquiera”.
Él resultaba una persona que a primera impresión parecía ser muy agradable, pero tras colgar con él, hubo dos cosas que llamaron mi atención, pues no las esperaba.
Uno. Platicaba un poco más de la cuenta de lo apretado de su agenda.
Dos. Dejó en mí la percepción de intentar impresionarme.
Estupideces de la vieja escuela, pensé. (Explico, porque, para muchos, el que una persona se encuentre ocupada todo el tiempo habla de “cierto nivel de importancia”, y esto se refleja, en ocasiones, en la imagen que buscan dar al exterior.)
Dos situaciones fuera de lugar, que sencillamente estaban de más. Primero, porque me estaba hablando alguien muy famoso en el medio, así que no necesitaba remarcarme una y otra vez que su agenda era apretada; cualquier persona, al saber su nombre, no esperaría menos. Y segundo, por lo famoso que es, no creí que él pensara necesario impresionarme, aunque algo de mí me halagaba que me buscara flashear; de hecho, me impresionó (y no de buena forma) que lo hiciera.
La segunda y la tercera llamada
La segunda vez que me marcó, su llamada se retrasó por casi treinta minutos. Yo había cancelado una reunión por hablar con él. Y noté un dejo de despreocupación al respecto, lo que tomé como una descortesía y falta de respeto de su parte.
Cuando contesté, me dijo que había estado mucho muy ocupado, pero en ningún momento se disculpó por haberse retrasado tanto tiempo. Yo, de manera sutil, le comenté que, por supuesto, estaba interesado en participar en el congreso, pero que requeriría de una carta del mismo para poder apartar la fecha, pues de otra forma esto me parecería informal.
Él me comentó que no debería, pues él, “con su nombre”, me garantizaría lo necesario, y yo le creí… no por razón, sino por principio, porque por principio pienso que las personas tienen palabra, y porque simplemente él estaba haciendo un compromiso de trabajo. Además, quiéralo o no, era una persona de mucho renombre en el medio. ¿Qué podría salir mal?
En la tercera llamada su retraso fue de más de una hora. No le contesté en el momento que llamó, pues ya me había ocupado en otra cosa que tenía programada. Le regresé la llamada un par de horas después.
Me recordó una vez más e innecesariamente lo apretado de su agenda, y yo le mandé la pregunta de los 64 mil:
–Dígame usted, que está tan ocupado, ¿qué día y a qué hora nos vemos para afinar detalles?
–El viernes 6 de noviembre del año en curso a las 10 de la mañana –dijo claramente.
Le pregunté si le parecería bien en “x” lugar, a lo cual comentó que sí con la frase “Me parece perfecto”, y yo cerré el asunto diciendo que es un hecho ¿cerrado?, y él afirmó “cerrado”.
El día de la cita
No llegó a la cita, no marcó, no mandó un mail y no contestó en el momento que él mismo había marcado como compromiso de trabajo, con día y hora.
Ese mismo día recibí un mail con la información del evento por parte de la empresa, con la que no había tenido yo ningún acercamiento. Les pedí que me llamaran, y lo hicieron.
Tuve que contarles de mi disposición para participar en el evento, pero contratado de manera directa y no como parte del equipo del consultor, pues, por obvias razones, no podía confiar en él ni en su palabra, y con quien, por obvias razones, no trabajaría. Sin comentarles nada de lo sucedido, estaba claro para mí y de más para ellos.
Les pedí las cosas por escrito, como es mi costumbre, confirmándoles cada mail. Ellos me preguntaron que si yo sabía algo del “reconocido” consultor. Yo les comenté que no le conocía, que había hablado con él en varias ocasiones, pues me había marcado, y que así me había enterado del evento.
El día del evento
No se presentó, no voló al lugar de playa donde era el congreso. Las personas del congreso estuvieron felices con mi participación y muy molestas por la informalidad de aquél.
Aprendizaje
Ahora pienso que “he dejado de creer en las divas”. En las divas hombres de negocio, en las divas artistas y en toda diva. Si alguien me pregunta de este señor alguna vez, sin duda yo recordaré todo esto.
Si hay un gran poder que puede hundirte poco a poco es la falta de compromiso y la informalidad. Y no porque yo quiera hundirle, en lo más mínimo, pero esto se ve a leguas en la vida cotidiana, más allá del nombre, pues el “nombre” no es importante si no se respalda con acciones.
Por eso no debes preocuparte si nadie te conoce o no. El nombre no es tan importante como crees; a veces lo es más la percepción de tu imagen, dada por la formalidad de tu trabajo y el poder de tus compromisos, pues de otra forma sólo es una imagen virtual, no real.
Así, las personas pueden ser o no formales o informales por su relación con el compromiso.
Si algo puede hacer que alguien se relacione con otra persona es esto precisamente. Pues la formalidad y/o el compromiso nos hace saber qué esperar de la contraparte.
Dejé de creer en su palabra cuando él mismo dejó de hacerla efectiva en cada horario que me dio y que no respetó. Y si algo puede hacer que una persona huya de otra, es también esto, más allá de la fama, del nombre o de quienes “creamos que somos”.
Y el mayor terreno donde tu palabra debe ser concreta y tenaz es en los negocios, pues es esto lo que te dará validez, más allá de toda mercadotecnia, fama y nombre.
Sin duda, algo que hace grande a una persona en los negocios es:
- Cumplir su palabra y darle peso a la misma.
- Respetar sus compromisos.
- Hacer valer su nombre.
Así que recuerda: no es cuánto poder tengas ni cuál es tu nombre, es el poder de tu palabra y tu compromiso el que logrará o no hacer que terceras personas quieran relacionarse o no contigo.
Fuente: http://www.forbes.com.mx/3-cosas-que-debes-tener-claras-en-los-negocios/ Por: Alejandro Meza
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