El 11 de octubre de 1868, un ambicioso telegrafista del norte de Ohio aplicó por conseguir la patente de un invento, un dispositivo que hacía un recuento mecánico de votos, mismo que él esperaba fuera útil para el Congreso. Desafortunadamente, el Congreso declinó comprarle el aparato.
Sin embargo, el joven de 21 años no se dejó vencer por el fracaso de este emprendimiento, y tres meses después vendió los derechos de su siguiente invento.
Thomas A. Edison es el prototipo del entrepreneur estadounidense, comprometido no sólo con evolucionar la tecnología -hasta el grado de inventar nuevas industrias- sino también con conseguir grandes ganancias de sus trabajos. Pero a pesar de todo el éxito que obtuvo, Edison aceptó su papel como campeón del fracaso. Para el hombre que tuvo 1,093 patentes -las cuales cambiaron la forma en la que la gente vivía, lo que ocurrió con Bill Gates y Steve Jobs 100 años después- el fracaso fue esencial para su proceso innovador.
El valor intrínseco del fracaso es una lección que no debe perderse en los emprendedores del siglo 21. El fracaso puede enseñar no sólo lo que se está haciendo mal, sino también la forma correcta de hacerlo bien en el próximo intento. Puede ser útil, transformador y una fuerza para tener mejores prácticas de negocio.
Antes tema tabú, hoy el fracaso es algo que muchos dueños de negocios están dispuestos a discutir ante grandes audiencias. Muestra de ello está FailCon, una serie de conferencias globales en las que los protagonistas del mundo tecnológico comparten historias de sus derrotas; o The Canada office of Engineers Without Borders, que desarrolla de proyectos en África y que ha lanzado Admiting Failure, una organización que motiva a que otras empresas contribuyan con historias de sus propios fracasos para que los emprendedores aprendan de ellos.
Incluso existe también una revista digital llamada Failure, que reúne crónicas sobre la ineptitud humana, incluyendo una columna titulada This Day in Failure (Este día en el fracaso). “Creía que iba a haber un mayor miedo al fracaso”, dice Jason Zasky, co fundador y editor. “Pienso que la gente está más dispuesta a aceptar que fracasará en algún nivel”.
En el ámbito de las startups, el fracaso es simplemente un estilo de vida y las estadísticas lo demuestran. Sin importar los números y la industria es claro que existen numerosas lecciones que impartir. Entre ellas, una de las más esenciales -que a muchos de nosotros nos enseñaron siendo aún niños- es que no vas a tener éxito si no lo intentas. La novelista J.K. Rowling, autora de la serie Harry Potter, afirma que “es imposible vivir sin fracasar en algo, a menos que vivas tan cautelosamente que podrías terminar no viviendo. En este caso, fracasas por default”.
“¡Absolutamente!” fue la respuesta de Tim Ogilivie a la pregunta de que si el fracaso es más instructivo que el éxito. “No está ni siquiera cerca”. Ogilvie es CEO de Peer Insight, una consultora en Washington D.C, que tiene clientes que aparecen en el listado de Fortune 500. También es un emprendedor que ha iniciado tres negocios. Ogilvie argumenta que el fracaso es la inspiración de muchas startups que buscan un espacio en el competido mercado.
Pero podría decirse que el fracaso está en el ojo del emprendedor. Las expectativas siempre dictan lo que constituye como una falta de éxito, al igual que los factores externos fuera de nuestro control. “Yo no pienso en el fracaso”, dice Ogilvie. “Uso la palabra experimento. Pienso que tengo una hipótesis acerca de un negocio y que voy a hacer un experimento para comprobar mi hipótesis. El simple uso de esa palabra permite que te desilusiones menos”.
Definir fracaso puede ser algo difícil y amañado. “Siempre digo que el éxito es el pariente más cercano del fracaso”, afirma Mark Williamson, CEO de Zoodles, su tercera startup que ofrece contenido web para niños. “La diferencia entre el éxito y el fracaso en una startup suele ser pequeña”.
Ogilvie fundó Peer Insight en 2004, inspirándose en la idea de que las compañías que no compiten entre ellas pueden aprender de innovación la una de la otra si se juntan en una “microconsortia”. Después de tres años, su negocio se estancó y fracasó. “No puedes crecer si no puedes construir nuevas líneas de servicio”.
Sin embargo, Ogilvie consiguió gran conocimiento acerca de la innovación. Usando la información que Peer Insight había recolectado convirtió su empresa en una firma de consultoría. “El negocio de microconsortia fracasó. Ahora vemos hacia él y decimos que ese primer negocio fue el andamiaje que pusimos para construir reputación y obtener conocimiento sobre la innovación. Y el andamiaje siempre es algo feo, por lo que hay que esperar que después de él venga algo hermoso”.
Según la psicóloga Carol Dweck la forma en que cada quien percibe su inteligencia y habilidades generalmente dicta cómo la persona responderá ante el fracaso. La experta divide a la gente en aquellos con “mentalidad de crecimiento”, que aceptan el reto inherente del fracaso, y las de “mentalidad arreglada”, que se resisten a cualquier reto que puede resultar en fracaso. Dweck aplica la misma categorización en los negocios.
“A veces estás en modo de crisis, como un recorte en el presupuesto”, dice Dweck. “Pero las compañías me han afirmado que si la enfrentan con una mentalidad de crecimiento buscan la forma creativa de resolverlo. Esto hace que las empresas piensen de forma distinta y generen soluciones innovadoras”.
Dweck sostiene que las compañías en el Silicon Valley tienen éxito en parte porque adoptan el fracaso. “Para mí, lo que hace a estas compañías únicas es el énfasis en fracasar seguido”, sostiene. “Fracasa seguido y tendrás éxito pronto”.
El método de prueba y error constituye un modelo de negocio que podría llamarse “fracasar inteligentemente”; la idea de que hay una forma correcta de hacer lo incorrecto, una forma que te permite aprender a manejar el barco antes de que llegue la catástrofe y avanzar, más fuerte que nunca. Tim Harford, autor de Adapt: Why Success Starts with Failure, dice que los emprendedores deberían estar dispuestas a tratar nuevas formas de hacer las cosas, formas que no den garantía alguna de éxito. No obstante, sabe que la experimentación no siempre es un modelo de negocio popular.
El rechazo a aceptar el fracaso puede salir caro. Ogilvie dice que es importante para los negocios, especialmente para las startups, hacer experimentos de prueba y error que muestren resultados en poco tiempo (como 30 días), en lugar de varios meses. Identificar rápidamente el fracaso es mejor que agotar 90 por ciento del capital inicial antes de darse cuenta de que no está funcionando, añade. Para el empresario, la reacción que tiene un emprendedor ante el fracaso es esencial para que una compañía avance o se estanque.
“El trabajo de elegir problemas, enmarcar problemas y diseñar experimentos es de los emprendedores. Es el tipo de trabajo que las computadoras no pueden hacer”, dice Ogilvie. Sin duda, Edison estaría encantado con esta apuesta.
Fuente: www.soyentrepreneur.com
Publicado por: TuDecides.com.mx
Edición: Adrián Soltero
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