Lo cierto es que vivimos una libertad con condicionamientos; pero mucho más alentador es sentir que somos siempre libres sin el límite de la razón y de la emoción, si encaramos nuestros proyectos –que finalmente se convertirán en aparentes estructuras- con la convicción de que tenemos la libertad absoluta de imaginar y, con ella, la de crear.
El filósofo se detuvo frente al centro comercial.
Su discípulo –que ya lo había superado- le preguntó:
- ¿Qué miras? ¿Has visto una obra de arte? Es un centro comercial, chavo, no tiene nada que no sea material…
- Déjame contemplar… No me mires a mí… No me hables…
El discípulo se detuvo frente al centro comercial.
- Ya podemos irnos, dijo el filósofo.
El discípulo ignoró a su maestro.
- Vamos, chavo, se hace tarde, insistió el filósofo.
- Déjame contemplar…No me apures…Puedo ver el arte de esas manos, el grafito y el plano… Puedo ver más allá del resultado aparente… Hay un verso en ese techo, mira. Hay una estrofa en ese camino… Hay un sueño aquí… Debió ser artista el arquitecto que construyó esta estructura…
El filósofo se detuvo frente al centro comercial.
- Hay estructuras inevitables. Armados. Casilleros. Hasta prejuicios; estos sí, subsanables. Pero esta construcción solo pudo ser hecha en libertad. No pudo ser de otra forma. La estructura final sólo se contempla sin ataduras, si el germen es la libertad de creación. Imaginar es ser libre. No hay otro modo de concebir la libertad en su mayor esplendor…
- Este centro comercial tiene magia… ¿Conoces al arquitecto?
- Pues no, pero es como si lo conociera…
El concepto tan intrincado de la libertad, definido por una cantidad innumerable de pensadores, no ha podido ser hallado. Lo cierto es que desde el momento en que se pretende encontrarle una definición rígida al término caemos en la propia esclavitud. Lo cierto es que vivimos una libertad con condicionamientos; pero mucho más alentador es sentir que somos siempre libres sin el límite de la razón y de la emoción, si encaramos nuestros proyectos –que finalmente se convertirán en aparentes estructuras- con la convicción de que tenemos la libertad absoluta de imaginar y, con ella, la de crear. La de transformar una idea, un verso, una sensación, en la línea perfecta que a un arquitecto le falta para culminar su plano. La de mutar el vasto mundo de la belleza interior, en el diseño sobresaliente del logo de una vidriera. Si hasta puede el arquitecto hacer una casa con la fuerza de sus poemas ocultos, jamás escritos, plasmados en la ubicación justa del último ladrillo. Si hasta puede el comerciante adornar su local con la energía del arte que hace –y no sabe- y hacerlo imán a la vista de los transeúntes. Que compran zapatos porque allí hay algo más que no se ve, pero se respira. Nuestros proyectos concluidos tienen un soporte material, visible y tangible, es cierto. Pero durante el camino hacia su concreción, casi sin darnos cuenta, debemos escuchar y dialogar con nuestra libertad. Con la aptitud creativa. Con la imaginación sin llegada. Casi sin darnos cuenta. O tal vez conscientes de que nacimos para vivir improvisando, para ir creando a cada paso el próximo escalón a subir, o la próxima baldosa hacia la que queremos caminar, o saltar si hay un charco, o esquivar si está rota. “El camino se hace al andar” ¿recuerdan?
Explotemos, emprendedores, eso que está adentro nuestro y que a veces son palabras, otras son proyectos, empresas, negocios, “tus deseos de que todo salga bien”. Probablemente no te vaya mal si tu imaginación y tus deseos se entrelazan para trabajar.
Ninguna estructura previa es recomendable ¿no? Embarquémonos en la canoa de nuestra libertad, y rememos con nuestras aptitudes.
Imaginemos.
Traslademos el fulgor, que produce el leer poesía en una flor que nace, a la estructura de nuestro proyecto. Empecemos por el principio. Seamos humanos. Libres. De la poesía a la estructura. De la creación al emprendimiento. Y no viceversa.
Todo va a salir bien.
Gisela Vanesa Mancuso
Abogada - Asistente de redacción-Escritora
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