Las personas más impresionantes que conozco son todos unos procrastinadores terribles. Entonces, ¿podría ser que esta no siempre es mala? La mayoría de las personas que escriben sobre la procrastinación escriben sobre cómo curarla. Pero esto es, en sentido estricto, imposible.
Hay un número infinito de cosas que podrías estar haciendo. No importa en lo que trabajes, no estás trabajando en todo lo demás. Así que la cuestión no es cómo evitar procrastinar, sino como procrastinar bien.
Hay tres variantes de la procrastinación, que dependen de lo que haces cuando deberías trabajar en algo: puedes trabajar en (a) nada, (b) algo menos importante, o (c) algo más importante. Este último tipo, yo diría, es la procrastinación buena.
Es la del “profesor despistado”, que olvida afeitarse, o comer, o tal vez incluso ver a dónde va, mientras está pensando en alguna pregunta interesante. Su mente está ausente del mundo ordinario, porque esta trabajando muy duro en otro.
Es en ese sentido en el que las personas más impresionantes que conozco son todos procrastinadores. Son procrastinadores del tipo C: postergan trabajar en cosas pequeñas para trabajar en cosas grandes.
¿Qué es “cosas pequeñas?” A grandes rasgos, el trabajo que tiene cero posibilidades de ser mencionado en tu obituario. Es difícil decir en su momento cuál llegará a ser tu mejor trabajo (¿Será tu magnum opus sobre arquitectura de templos Sumerios, o el thriller detectivesco que escribiste bajo un seudónimo?), sin embargo, hay toda una clase de tareas que con seguridad puedes descartar: afeitarte, lavar la ropa, limpiar la casa, escribir notas de agradecimiento; cualquier cosa que pudiera ser llamada un pendiente.
La procrastinación buena es evitar los pendientes para hacer trabajo real.
Buena, en cierto sentido, al menos. La gente que quiere que hagas esos pendientes no creerá que es buena. Pero es probable que tengas que hacerlos enojar si quieres lograr algo. Las personas más dóciles en apariencia, si quieren hacer trabajo de verdad, poseen todas un cierto grado de crueldad cuando se trata de evitar los pendientes.
Algunos pendientes, tal como responder a las cartas, desaparecen si los ignoras (tal vez llevándose a los amigos con ellos). Otros, como cortar el césped, o presentar declaraciones de impuestos, sólo empeorarán si los ignoras. En principio, no debería funcionar aplazar el segundo tipo de obligaciones. Eventualmente tendrás que hacerlo. ¿Por qué no (como siempre dicen los avisos vencidos) hacerlo ahora?
La razón por la que paga posponer incluso esos pendientes es que el trabajo verdadero necesita dos cosas que los pendientes no: grandes cantidades de tiempo y el estado de ánimo adecuado. Si te inspira algún proyecto, puede ser una ganancia neta mandar a volar todo lo que tenías que hacer los próximos días para trabajar en este. Sí, esos pendientes te pueden costar más tiempo cuando finalmente los hagas. Pero si haces mucho durante esos pocos días, serás netamente más productivo.
De hecho, puede que no sea una diferencia de grado, sino una diferencia de clase. Es posible que haya algunos tipos de trabajo que sólo se pueden realizar en periodos grandes, ininterrumpidos, cuando llega la inspiración, en lugar de en tramos pequeños minuciosamente programados. Empíricamente, parece que así es. Cuando pienso en la gente que conozco que ha hecho grandes cosas, no me los imagino tachando diligentemente pendientes en sus listas de tareas. Los imagino husmeando nuevas ideas en las cuales trabajar.
Por el contrario, obligar a alguien a realizar tareas en forma sincrónica tiende a limitar su productividad. El costo de una interrupción no es sólo el tiempo que tarda, sino que rompe el tiempo en cada lado a la mitad. Es probable que sólo tengas que interrumpir a alguien un par de veces al día, antes de que sean incapaces de trabajar en problemas difíciles en absoluto.
Me he preguntado mucho acerca de por qué las startups son más productivas al principio, cuando no son más que un par de tipos en un apartamento. La razón principal puede ser que no hay nadie que los interrumpa todavía. En teoría es bueno cuando los fundadores finalmente consiguen el dinero suficiente para contratar a gente que haga el trabajo por ellos. Pero puede que sea mejor estar sobretrabajado que interrumpido. Una vez que diluyes una startup con trabajadores ordinarios —procrastinadores tipo B—, toda la compañía comienza a resonar a su frecuencia. Son propensos a las interrupciones, y pronto tú también lo eres.
Los pendientes son tan eficaces matando grandes proyectos que mucha gente los usa para ese fin. Alguien que ha decidido escribir una novela, por ejemplo, de repente se encuentra con que la casa necesita limpieza. Las personas que fracasan en escribir novelas no lo hacen por estar sentados frente a una página en blanco durante días sin escribir nada. Lo hacen dando de comer al gato, saliendo a comprar algo que necesitan para su apartamento, reuniéndose con un amigo para tomar un café, leyendo el correo. “No tengo tiempo para trabajar”, dicen. Y así es; se han asegurado de eso.
(También hay una variante donde uno no tiene un lugar para trabajar. La cura consiste en visitar los lugares donde trabajaban los famosos, y ver lo inadecuados que eran.)
He utilizado estas dos excusas en un momento u otro. He aprendido muchos trucos para obligarme a trabajar en los últimos 20 años, pero incluso ahora no gano consistentemente. Algunos días logro hacer verdadero trabajo. Otros días son consumidos por los mandados. Y sé que por lo general es culpa mía: Dejo que los mandados consuman el día, para evitar enfrentar un problema difícil.
La forma de procrastinación más peligrosa es la procrastinación no reconocida del tipo B, ya que no se siente como tal. Estas “haciendo cosas”. Sólo que las cosas equivocadas.
Cualquier consejo sobre la procrastinación que se concentra en tachar cosas de tu lista de tareas pendientes no sólo es incompleta, sino totalmente engañosa, si antes no se considera la posibilidad de que la lista de cosas por hacer es en sí misma una forma de procrastinación tipo B. De hecho, posibilidad es una palabra demasiado débil. Casi todas lo son. A menos que estés trabajando en las cosas más grandes en las que podrías trabajar, estas haciendo procrastinación tipo B, no importa cuánto estés haciendo.
En su famoso ensayo Tú y Tu Investigación (que recomiendo a cualquier persona ambiciosa, sin importar en lo que estén trabajando), Richard Hamming sugiere hacerse tres preguntas: 1.¿Cuáles son los problemas más importantes en tu campo? 2.¿Estás trabajando en uno de ellos? 3.¿Por qué no?
Hamming estaba en Bell Labs cuando empezó a hacer tales preguntas. En principio todos ahí deberían haber podido trabajar en los problemas más importantes en su campo. Tal vez no todos pueden hacer una marca igualmente dramática en el mundo; no lo sé; pero sea cual sea tu capacidad, hay proyectos que la expanden. Así, el ejercicio de Hamming se puede generalizar a:
¿Cuál es la mejor cosa en la que podrías estar trabajando, y por qué no lo estas haciendo?
La mayoría de la gente evitará esta pregunta. Yo mismo la he rehuido; la veo ahí en la página y rápidamente paso a la siguiente frase. Hamming solía ir por ahí preguntándole esto a la gente, y eso no lo hizo muy popular. Pero es una pregunta que cualquiera que sea ambicioso debe enfrentar.
El problema es que puedes terminar atrapando un pez muy grande con este cebo. Para hacer un buen trabajo, tienes que hacer algo más que encontrar buenos proyectos. Una vez que los hayas encontrado, tienes que ponerte a trabajar en ellos, y eso puede ser difícil. Cuanto más grande sea el problema, más difícil será ponerte a trabajar en él.
Por supuesto, la principal razón por la que a la gente le resulta difícil trabajar en un problema es que no lo disfrutan. Cuando eres joven, sobre todo, a menudo te encuentras trabajando en cosas que no te gustan mucho—porque parecen impresionantes, por ejemplo, o porque has sido asignado a trabajar en ello. La mayoría de los estudiantes de posgrado están atrapados trabajando en problemas grandes que no les gustan mucho, y por lo tanto, la escuela de posgrado es sinónimo de procrastinación.
Pero incluso cuando te gusta aquello en lo que estás trabajando, es más fácil ponerte a trabajar en problemas pequeños que en los grandes. ¿Por qué? ¿Por qué es tan difícil trabajar en grandes problemas? Una de las razones es que puedes no obtener ninguna recompensa en el futuro previsible. Si trabajas en algo que puedes terminar en un día o dos, puedes esperar tener una agradable sensación de logro bastante pronto. Si la recompensa esta en un futuro lejano, indefinido, parece menos real.
Otra razón por la que la gente no trabaja en grandes proyectos es, irónicamente, el temor a perder el tiempo. ¿Qué tal si fracasan? Todo el tiempo que pasaron en ello será en vano. (De hecho, probablemente no lo será, porque el trabajo duro en proyectos difíciles casi siempre conduce a alguna parte.)
Pero puede que el inconveniente de los grandes problemas no sea que no prometen ninguna recompensa inmediata y te hagan perder mucho tiempo. Si eso fuera todo, no sería peor que ir a visitar a tus suegros. Hay más que eso. Los grandes problemas son aterradores. Hay un dolor casi físico al afrontarlos. Es como tener una aspiradora conectada a tu imaginación. Todas tus ideas iniciales son succionadas de inmediato, ya no te queda ninguna, y sin embargo, la aspiradora sigue succionando todavía.
Tampoco puedes ver un gran problema directamente a los ojos. Hay que acercarse un poco oblicuamente. Pero hay que ajustar muy bien el ángulo: tienes que estar mirando el gran problema directamente lo suficiente para que atrapes algo de la emoción que irradia de él, pero no tanto que te paralice. Puedes ajustar el ángulo una vez que te pongas en marcha, de la misma manera en que un velero puede navegar mas cerca del viento una vez que se pone en marcha.
Si quieres trabajar en cosas grandes, parece ser que tienes que engañarte para hacerlo. Tienes que trabajar en cosas pequeñas que podrían crecer a cosas grandes, o trabajar en cosas cada vez más grandes, o dividir la carga moral con los colaboradores. No es un signo de debilidad depender de tales trucos. Las más grandes obras se han hecho de esta manera.
Cuando hablo con personas que se las han arreglado para obligarse a trabajar en grandes cosas, encuentro que todos mandan a volar los pendientes, y se sienten culpables por ello. Creo que no deberían sentirse culpables. Hay más cosas por hacer de lo que es posible hacer. Así que alguien haciendo el mejor trabajo del que es capaz, inevitablemente dejara muchos pendientes sin resolver. Me parece un error sentirse mal por eso.
Creo que la manera de “resolver” el problema de la procrastinación es dejar que el deleite tire de ti en lugar de dejar que una lista de pendientes lo haga. Trabaja en un proyecto ambicioso que realmente disfrutes, navega tan cerca del viento como puedas, y dejarás las cosas adecuadas sin hacer.
Fuente: www.emprendedoresnews.com /
Publicado por: TuDecides.com.mx
Edición: Adrián Soltero
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