NUEVA YORK — Con frecuencia se describe el acto de invertir como el proceso de desembolsar dinero con la expectativa de recibir más dinero en el futuro. En Berkshire Hathaway tenemos un enfoque más exigente, definimos la inversión como la transferencia del poder adquisitivo a otros hoy, con la expectativa razonada de recibir más poder adquisitivo en el futuro, luego de haber pagado los impuestos sobre las ganancias nominales.
En palabras más breves, invertir es renunciar al consumo actual a fin de tener la capacidad de consumir más en una fecha posterior.
De nuestra definición se desprende un corolario importante: el riesgo de una inversión no se mide mediante el indicador Beta (un término de Wall Street que mide la volatilidad y con frecuencia es usado para estimar el riesgo), sino por la probabilidad, la probabilidad razonada de que esa inversión pueda acarrear a su titular una pérdida de poder adquisitivo durante el periodo de inversión previsto.
Los activos pueden fluctuar mucho en su precio y aún así no presentar riesgo, siempre y cuando se tenga la certeza razonable de que entregan un mayor poder adquisitivo durante su periodo de tenencia. Y, como veremos, un activo que no fluctúa puede estar cargado de riesgo.
Las oportunidades de inversión son muchas y variadas. No obstante, existen tres categorías principales, y es importante entender las características de cada una. Así que inspeccionemos el terreno.
Las inversiones que están denominadas en una moneda determinada incluyen los fondos del mercado de dinero, los bonos, las hipotecas, los depósitos bancarios y otros instrumentos. Se piensa que la mayoría de estas inversiones vinculadas a las divisas son "seguras," pero en realidad se encuentran entre los activos más peligrosos. Su Beta tal vez sea cero, pero su riesgo es enorme.
A lo largo del siglo pasado estos instrumentos han destruido el poder adquisitivo de los inversionistas en muchos países, a pesar de que los titulares de esos activos recibieran el pago oportuno de los intereses y del principal. Por otra parte, ese desagradable resultado se repetirá siempre. Los Gobiernos determinan el valor final del dinero, y las fuerzas sistémicas algunas veces harán que las decisiones graviten hacia políticas que generan inflación. Cada cierto tiempo, dichas políticas quedan fuera de control.
Incluso en Estados Unidos, donde el deseo de una divisa estable es fuerte, el valor del dólar ha perdido un asombroso 86% desde 1965, año en el que asumí la gerencia de Berkshire. Hoy se necesitan 7 dólares para comprar lo que en esa época se compraba con un dólar.
Por consiguiente, una institución exenta de impuestos habría necesitado un interés anual de 4.3% de inversiones en bonos durante ese periodo solamente para mantener su poder adquisitivo. Sus directivos se habrían engañado si consideraran que cualquier porción de ese interés era un "ingreso."
Para los inversionistas que pagan impuestos, como usted y como yo, el panorama es todavía peor. Durante el mismo periodo de 47 años, la inversión continuada en letras del Tesoro estadounidense produjo un 5.7% anual. Ese porcentaje suena satisfactorio. Pero si un inversionista individual pagó impuestos sobre la renta a una tasa promedio de 25%, ese retorno del 5.7% no hubiera ofrecido ningún rendimiento en términos de ingreso real.
Esta imposición tributaria visible para el inversionista lo habría despojado de 1.4 puntos, y el invisible impuesto inflacionario se habría devorado los restantes 4.3 puntos porcentuales. Cabe destacar que el implícito "impuesto" que constituye la inflación triplicó de sobra al explícito impuesto sobre la renta que nuestro hipotético inversionista probablemente consideró como su principal carga. Nuestra moneda puede llevar impresa la leyenda "In God We Trust" (En Dios Confiamos) pero la mano que activa la imprenta de nuestro Gobierno es demasiado humana.
Por supuesto, unas altas tasas de interés pueden compensar a los compradores por el riesgo inflacionario que corren cuando realizan inversiones vinculadas a una moneda, y en efecto, las tasas registradas a principios de los 80's cumplieron bien esa labor. Sin embargo, las tasas actuales no compensan ni de lejos el riesgo que asumen los inversionistas en poder adquisitivo. Ahora mismo, los bonos deberían venir con una etiqueta de advertencia.
Bajo las condiciones actuales, por tanto, no me gusta ese primer tipo de inversión denominada en divisas. Y con todo, Berkshire posee importantes cantidades de ellas, principalmente de la variedad a corto plazo.
En Berkshire, la necesidad de abundante liquidez ocupa un lugar central y nunca será soslayada, sin importar cuán inadecuadas sean las tasas. Para satisfacer esa necesidad, poseemos en primer lugar bonos del Tesoro estadounidense, la única inversión que puede ofrecer liquidez bajo las condiciones económicas más caóticas.
El nivel de liquidez con el que trabajamos es de 20,000 millones de dólares; 10,000 millones de dólares es nuestro mínimo absoluto.
Y más allá de los requisitos que nos imponen la propia liquidez y las autoridades reguladoras, solamente compraremos activos vinculados a divisas si ofrecen la posibilidad de una ganancia inusual. Ya sea porque una emisión está valorada inadecuadamente, como puede ocurrir en las debacles periódicas de los bonos basura, o porque las tasas de interés suben a un nivel que abre la posibilidad de obtener una importante plusvalía en los bonos de alta calidad una vez que las tasas bajen.
Y aunque hemos aprovechado ambas oportunidades en el pasado, y quizás lo hagamos de nuevo, hoy estamos alejados diametralmente de tales perspectivas. Hoy nos parece apropiado el mordaz comentario que hace tiempo hizo Shelby Cullom Davis, banquero de Wall Street: "Los bonos que se publicitan como una rentable inversión sin riesgo están cotizándose a precios que aseguran un riesgo de invertir sin rentabilidad."
La segunda gran categoría de inversión consiste en activos que nunca generarán nada, pero que el comprador adquiere con la esperanza de que otra persona que también sabe que los activos siempre serán improductivos pague más por ellos en el futuro. En el siglo 17 los tulipanes, de entre todas las cosas, se convirtieron por un breve periodo de tiempo en el activo favorito de este tipo de compradores.
Este tipo de inversión demanda un creciente número de compradores, quienes a su vez se ven tentados a invertir porque creen que el volumen de compradores continuará aumentando todavía más. A los titulares de estos activos no les atrae lo que el activo mismo pueda producir, sino que les mueve la creencia de que otros lo desearán incluso con más avidez en el futuro.
El principal activo en esta categoría es el oro, actualmente el gran preferido de los inversionistas que temen al resto de los activos, en particular al papel moneda, de cuyo valor, como se mencionó, tienen razón para temer. No obstante, el oro tiene dos defectos importantes, pues no es de mucha utilidad ni es proactivo. Es verdad que el oro tiene cierta utilidad decorativa e industrial, pero la demanda para estos fines es limitada e incapaz de absorber la nueva producción.
Lo que motiva a gran parte de los compradores de oro es su creencia de que crecerán las filas de los temerosos. Durante la década pasada, esa creencia se vio confirmada. Pero más allá a esa circunstancia, la propia alza en los precios del oro ha generado un entusiasmo adicional por el metal, atrayendo compradores que interpretan las alzas como la confirmación de sus tesis de inversión. A medida que los inversionistas "bandwagon" (los que se suben al tren) se unen a cualquier fiesta, crean su propia verdad por un tiempo.
En los últimos quince años, tanto las acciones de Internet como el sector vivienda han demostrado los extraordinarios excesos que pueden crearse al combinar una tesis inicialmente razonable con un aumento en los precios harto publicitado.
En estas burbujas, un ejército de inversionistas originalmente escépticos sucumbió a la "prueba" aportada por el mercado y el volumen de compradores se amplió lo suficiente para mantener el tren en marcha. Pero las burbujas muy infladas inevitablemente estallan. Y entonces el viejo proverbio se confirma una vez más: "Lo que el tonto hace al final, el sabio lo hace al principio."
Actualmente, las reservas mundiales de oro suman alrededor de 170,000 toneladas métricas. Si todo ese oro se fundiera, se formaría un cubo de aproximadamente 68 pies por cada lado y cabría cómodamente dentro de un campo de béisbol.
Si el precio del oro es de 1,750 dólares la onza, mientras escribo esto su valor ascendería a 9.6 billones de dólares. Llamemos a este cubo la pila A.
Ahora imaginemos una pila B, que cueste la misma cantidad de dinero. Para ello, compraremos toda la superficie cultivable de Estados Unidos (400 millones de acres con una producción anual de alrededor de 200,000 millones de dólares), más aparte 16 Exxon Mobil (la compañía más rentable del mundo, que gana más de 40,000 millones de dólares al año).
Luego de realizar estas compras, todavía nos sobraría un billón de dólares para pasear a antojo, para qué sentirse atado después de este atracón de compras. ¿Te imaginas a un inversionista, que con 9.6 billones de dólares en el bolsillo, elija la pila A en lugar de la B?
Aparte de la sorprendente valoración del metal, debido a las existencias de oro los precios vigentes hacen que la actual producción anual de oro alcance 160,000 millones de dólares. Los compradores (sean empresas joyeras o usuarios industriales, inversores asustados o especuladores) deben absorber continuamente esta oferta adicional simplemente para mantener un equilibrio a los precios actuales.
Dentro de un siglo, los 400 millones de acres de tierras cultivables habrán producido enormes cantidades de maíz, trigo, algodón y otras cosechas - y continuarán produciendo esa valiosa abundancia, cualquiera que sea la moneda que circule.
Exxon Mobil probablemente habrá repartido billones de dólares en dividendos a sus propietarios, y también tendrá activos valorados en varios billones más (y recuerden, hemos comprado 16 Exxons).
Las 170,000 toneladas métricas de oro, por el contrario, no habrán cambiado de tamaño y seguirán siendo incapaces de producir nada. Puedes acariciar la pila dorada, pero no te responderá.
Hay que admitir que, cuando la gente del próximo siglo tenga miedo, es probable que muchos aún se lancen a comprar oro. No obstante, estoy seguro que durante ese siglo la actual valoración de la pila A crecerá a un ritmo muy inferior al alcanzado por la pila B.
Estas primeras dos categorías de inversión gozan de máxima popularidad en los momentos de mayor temor: el terror al colapso económico mueve a los inversionistas hacia los activos vinculados a divisas, en particular la deuda estadounidense, y el temor al colapso de la moneda alienta el movimiento hacia los activos estériles, como el oro.
Hacia el final de 2008 escuchamos "cash is king" (el efectivo es el rey), justo cuando el efectivo debió haber sido utilizado en vez de ser almacenado. De igual forma, a comienzos de los 80's escuchamos aquello de "cash is trash" (el efectivo es basura), justo cuando las inversiones en renta fija en dólares se encontraban en su nivel más atractivo en la historia. En esas ocasiones, los inversionistas que necesitaban a una multitud que los secundara pagaron un alto precio por ese consuelo.
Personalmente, prefiero la tercera categoría: la inversión en activos productivos, ya sean empresas, explotaciones agrícolas o bienes raíces. Idealmente, estos activos deberían tener, en tiempos de inflación, la capacidad de entregar resultados que conserven su poder adquisitivo sin requerir a la vez que se invierta en ellos más capital.
Las tierras de labranza, las propiedades inmobiliarias y numerosas empresas, como Coca-Cola, IBM y nuestra propia compañía See's Candy, pasan esa prueba de doble cañón.
Otras compañías, piensen por ejemplo en nuestros servicios públicos regulados, no pasan la doble prueba, pues la inflación ocasiona que requieran nuevo capital. Para ganar más, los propietarios de estas empresas deben invertir más. Y pese a ello, estas inversiones siguen siendo mejores que los activos estériles o los activos vinculados a divisas.
No importa que la moneda del próximo siglo esté basada en oro, conchas marinas, dientes de tiburón o un trozo de papel (como ocurre hoy), las personas estarán dispuestas a intercambiar un par de minutos de su trabajo diario por una Coca-Cola o un dulce de See's.
En el futuro, la población de Estados Unidos moverá más bienes, consumirá más alimentos y requerirá más espacio para vivir que ahora. La gente siempre intercambiará lo que ella produce por lo que otros producen.
Las empresas estadounidenses continuarán ofreciendo con eficacia los bienes y servicios deseados por los ciudadanos. Metafóricamente, las "vacas" del comercio vivirán por siglos y cada vez darán más "leche". Su valor estará determinado no por el medio de cambio, sino por su capacidad para producir leche. Las ganancias obtenidas por la venta de la leche se multiplicarán para sus propietarios, tal como lo hicieron durante el siglo 20, cuando el Dow Jones aumentó de 66 a 11,497 puntos (y pagó también montones de dividendos).
El objetivo de Berkshire será aumentar la propiedad de empresas de primera clase. Nuestra primera opción será comprarlas en su totalidad, pero también seremos propietarios mediante la titularidad de cantidades considerables de acciones negociables. Creo que, durante periodos de tiempo prolongados, esta categoría de inversión será la ganadora de las tres que hemos examinado. Y lo que es más importante, será con diferencia la más segura.
Este artículo pertenece a la edición de Fortune del 27 de febrero de 2012.
Fuente: CNNexpansión / Por: Warren Buffett
Publicado por: TuDecides.com.mx
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