El corte de la crisis en EE.UU. ronda los 953 mil millones de dólares, pero sus efectos globales aún no se cuantifican y todavía falta saber quiénes cargarán con los costos del “Fobaproa” del Tío Sam. En las últimas semanas hemos presenciado como el sistema financiero internacional ha sufrido el episodio de mayor inestabilidad, volatilidad y pérdidas económicas desde la década de los años 30 del Siglo XX, cuando la gran depresión.
Lo que ahora sucede es que el propio sistema está más conectado que nunca y por tanto, su impacto ha sido global. Las pérdidas financieras retrasarán, en buena medida, el desarrollo de la economía mundial y postergarán la disminución de la pobreza.
Al final del camino, la economía del libre mercado necesitará del Estado –gobiernos– para salir de su crisis sin que lo haya podido hacer por sí misma, tal y como ocurrió hace casi 80 años. Hay que reconocerlo, la innovación financiera motivada por una búsqueda creciente por aumentar a toda costa las ganancias financieras en el mundo moderno es una razón de fondo que ha contribuido sensiblemente a generar la crisis que hoy enfrenta el mundo capitalista.
Esa es quizá la primera lección. Más que querer ofrecer mejores servicios financieros a la gente común, los bancos de inversión a la cabeza y los bancos comerciales detrás de éstos y algunas otras instituciones financieras –aseguradoras, casas de bolsa y demás– han mostrado un afán desmedido por aumentar sus ganancias y los ingresos para sus accionistas, en un entorno de supervivencia en el mercado.
Bajo esta motivación, en ocasiones especulativa con laxitud en la disciplina prudencial, se provocó lo que todos conocemos ahora como el efecto Subprime, que ahora se extiende rápido a otros segmentos del ámbito financiero; seguros y créditos comerciales, primordialme ¿Un asunto trillonario?
Cuál será el resultado final y hasta dónde llegará, así como cuánto será su costo, no se podrá saber en el mediano plazo. Hasta la fecha el corte oscila en en un monto cercano a 953 mil millones de dólares, a los que se suman 85 mil millones para el rescate de la aseguradora AIG, los 180 mil millones de inyección de liquidez que los países desarrollados otorgaron al sistema a mediados de septiembre y el plan de rescate Bush por otros 700 mil millones de dólares. Estamos ante un evento que se acerca a lo trillonario.
Una siguiente lección: De haberse conducido con prudencia, calma y hasta con mayor ética, buena parte de las instituciones financieras no estarían en los aprietos de ahora y estos recursos podrían estar siendo destinados a fomentar la productividad y el desarrollo de muchos países con impacto directo en sus pueblos. Sin embargo, ahora se está en el proceso del pago de los “platos rotos”. Las reglas del mercado y los inversionistas –dueños del dinero–, no tienen las herramientas necesarias para corregir sus errores o, en ocasiones, no quieren hacerlo.
El Estado con recursos fiscales de su gente tendrá que hacerlo tal y como ha sucedido en al menos 60 ocasiones distintas en países como Estados Unidos, Japón y México. Lo que llama la atención es la forma y la velocidad con que EE.UU. reaccionó, en la intensión de solucionar el problema que comenzó en su nación y en su sistema. Con este país se han sumado la Unión Europea, Japón, Canadá y Suiza y pronto lo harían naciones como China y Rusia y otras, hasta que todas las naciones involucradas lo hagan. El sistema financiero islámico estará exento de esto por ser, en buena medida, distinto a Occidente, al igual que el africano, aunque en este caso por estar completamente excluido.
¡Un grito a tiempo y no sombrerazos..!
Una vez que se tomó la decisión, en cuestión de horas, el gobierno estadounidense y su Congreso actuaron de forma coordinada y sin vacilación. Un día por la tarde las autoridades financieras de EE.UU. y su Congreso se reunieron y a la mañana siguiente estaban los recursos listos, la legislación correspondiente y la institución encargada que hará la compra de cartera en problemas –Fobaproa o IPAB–, sin embargo, en México han pasado 18 años y el Congreso no se ha puesto de acuerdo con el gobierno para dar punto final a la crisis similar que vivimos en su momento.
La reacción inmediata es crucial para evitar un colapso mayor, al igual que el cierre de filas, sin cortapisas entre las autoridades y sus legisladores es una lección más. Ahora, políticos y agentes del mercado claman por mayor regulación y supervisión para evitar una nueva crisis, cuando ésta aún no va a la mitad del camino. Las justificaciones y recriminaciones van y vienen. Lo cierto es que el mercado no tuvo herramientas para resolver este desafortunado desaguisado.
A los dueños del capital les surgió una exacerbada e inusual aversión al riesgo, que no tenían hace un año, con lo que esconden ahora su dinero. Al Estado le toca dar la cara, los recursos y las soluciones. Seguro habrá nuevas regulaciones y con suerte castigos a los responsables, pero al final, la gente común también cargará con parte de la responsabilidad. Sería entonces, recomendable que dentro del ejercicio de autocrítica, se exija al mundo financiero menor ambición y más ética en su actuar.
Carlos Alberto Martínez.- Investigador. Profesor de Entorno Económico en el TEC de Monterrey y de Mercado de Valores en la Universidad Iberoamericana.
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