Uno de los períodos de crecimiento económico mundial más generosos en nuestra generación transcurre sin que muchos tomen nota de la inusual coincidencia de factores que lo han provocado. Hemos visto cómo se han ido incorporando poco a poco millones de trabajadores provenientes de los países más desarrollados del mundo, así como China y la India, al entorno global moderno.
Sí, falta un muy largo camino por recorrer, pero lo que se ha logrado no es trivial. Claramente, en lo que aún no se ha logrado está el riesgo de truncar un proceso que parecía difícil de pronosticar. Lejos de lo que se dice, el proceso de inundación de productos “Made in China”, no proviene de millares de pequeñas empresas propiedad de chinos que de repente decidieron volverse empresarios.
China es la parada final de una larga cadena de producción asiática que incorpora a infinidad de productores situados en Corea, Taiwán, Japón, y otros países. Según un estudio de Stephen Roach (“Playing with Fire”, Morgan Stanley Research, abril 30, 2007), el contenido puramente chino de las exportaciones provenientes de ese país a los Estados Unidos es de sólo el 20%.
Según el mismo estudio, alrededor de 60% del crecimiento en las exportaciones chinas en los últimos diez años se ha originado de empresas multinacionales internacionales que han establecido subsidiarias en ese país para aprovechar una serie de condiciones que les hacen eficientes en términos de costo. En cierta forma, el mismo argumento puede hacerse de exportaciones provenientes de México, que también provienen de empresas maquiladoras propiedad de empresas internacionales, cuya producción se exporta.
En las recientes elecciones en Taiwán, el partido en el poder nominó como su candidato para las elecciones presidenciales a un político que la propone integración económica con China, en detrimento de otro candidato que proponía una línea dura contra el gigante asiático.
Corea, Tailandia, Filipinas y Malasia parecen estar en una carrera por desarrollar acuerdos de libre comercio con Japón y con el resto del mundo. Para ellos es evidente que se alcanzará un mejor futuro alejándose de dogmas políticos y acogiendo el comercio libre y la globalización.
La expansión comercial china ha traído numerosos beneficios, exportando “deflación” al mundo desarrollado. Wal-Mart originó en China 18 mil millones de dólares de productos el año pasado. El FMI estima que el efecto de las importaciones chinas ha reducido la tasa de inflación al consumidor en los Estados Unidos un punto porcentual en promedio cada año desde 1997.
Del efecto positivo para los proveedores de materias primas son evidentes testigos Chile, Perú, Argentina, Brasil y otros países latinoamericanos que se han beneficiado del constante ascenso en los precios de las materias primas que exportan.
Desafortunadamente, la tan deseada incorporación al mundo moderno de cientos de millones de chinos se pondrá en riesgo en la siguiente fase del ciclo económico mundial. Lejos de estar firmemente apuntalado, el desarrollo económico del gigante asiático enfrentará colosales desafíos en los próximos años. Además de los obvios retos sociales y políticos que se manifestarán en el posible desarrollo de una democracia real en China, en materia económica aún hay muchas instituciones por construir.
Las autoridades económicas chinas han recibido fuerte presión por parte de diferentes actores políticos estadounidenses que quisieran ver un yuán más fuerte con respecto al dólar. Esta deseada fortaleza de la divisa china tiene serios riesgos. Por una parte, con una moneda más fuerte, el país más poblado del mundo tendrá menos necesidad de recircular su ahorro y sus reservas de regreso a títulos estadounidenses.
Roach estima que en febrero de este año había 416 mil millones de dólares de bonos del tesoro estadounidense en manos chinas, más probablemente entre 300 y 400 mil millones de dólares en bonos de agencias y corporativos. Estados Unidos no puede darse el lujo de que ese flujo se reduzca en forma considerable pues de hacerlo las tasas de interés pudieran subir en forma sustancial, prácticamente garantizando una recesión en ese país.
Los bancos comerciales chinos también pudieran sufrir ante la dificultad que numerosos inversionistas internacionales tendrían para “cubrirse” del riesgo cambiario ante mayor volatilidad del yuán.
Una pregunta a hacernos es qué pasaría si en efecto se dejara flotar libremente la moneda china. No son pocos los que piensan que ésta pudiera incluso devaluarse contra el dólar en esas condiciones, ante el deseo de los frugales chinos de poder acumular su ahorro en monedas fuertes como el dólar, lo cual les está hoy prohibido.
Así como podemos afirmar que buena parte de la demanda por dólares que ha debilitado al yen japonés proviene de amas de casa japonesas en busca de instrumentos que les paguen mejores tasas de interés, cientos de millones de chinos ahorrando en dólares pudieran generar inesperada demanda por bonos estadounidenses. Dada la debilidad de las instituciones financieras chinas, la tentación pudiera ser aún mayor.
El Secretario del Tesoro estadounidense, el Sr. Paulson, está por hacer una visita al gigante asiático, y mi humilde consejo para él sería que hay que tener cuidado de no pedir cosas que, de otorgársenos, pudieran hacernos ver de una vez por todas que los maravillosos años de crecimiento económico mundial de los que venimos, difícilmente se repetirán en el corto plazo.
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