La reforma estructural olvidada
En los últimos años, los mexicanos nos hemos concientizado de la necesidad de reformas estructurales para impulsar la competitividad del país; se habla mucho de la reforma fiscal, de la energética y de la laboral, pero poco se discute de una –que es igualmente importante y más crítica en el largo plazo–, la reforma empresarial.
El motor de la competitividad en los países avanzados es una cultura empresarial totalmente volcada a la innovación, que es la única forma de generar riqueza. En México, la innovación es poco entendida y, aun en círculos empresariales destacados, se piensa que la innovación es un lujo, que está fuera de nuestro alcance.
Hace un par de meses, entablé una interesante discusión con un líder empresarial que argumentaba con vehemencia que las Pequeñas y Medianas Empresas (Pymes) mexicanas no podían prestar atención a temas “avanzados”, como la innovación, porque “siempre andaban cortos de liquidez persiguiendo la nómina”. Y es, precisamente, por no innovar que viven al día, contesté, porque no hay empresario que pueda salir de la pobreza imitando lo que hacen sus competidores. El que no se distingue está destinado a operar con restricciones hasta que termine por cansarse o quebrar el negocio.
Desgraciadamente, el problema de México no es sólo de las Pymes. Aunque sin duda contamos con empresas de clase mundial, innovadoras y muy competitivas, muchas de las grandes empresas agregan muy bajo valor, y otras que generan buenos réditos lo hacen gracias a tarifas superiores a las que prevalecen en el mercado internacional. No es raro encontrar a grandes empresarios mexicanos que presten poca atención a la innovación y la asocien erróneamente con la investigación y el desarrollo intensivo en capital y de alto riesgo que hacen sólo los líderes en el mercado internacional.
Expansión productiva, sustento del desarrollo
Para el Instituto Mexicano de la Competitividad (Imco), “la competitividad es la capacidad de un país para atraer y retener inversiones”. Sin embargo, para que esto suceda, se requiere ofrecer altos rendimientos a los inversionistas en un país, que sólo se logran cuando el producto nacional crece más que los insumos, o sea, cuando se es cada día más productivo.
En ese sentido, prefiero hablar del círculo virtuoso de la competitividad de una nación, cuyos catalizadores son el crecimiento y la productividad, que por un lado son posibles gracias a la inversión y, por otro, son los que generan los rendimientos que atraen a los inversionistas.
El PIB per cápita es uno de los indicadores macro más robustos de la productividad y, por ende, de la competitividad de las naciones. Cada vez que observo la evolución del PIB per cápita de México, comparado con el de otras naciones, tengo 2 reacciones encontradas. Por un lado, una reacción negativa, al reconocer que México “no ha hecho la tarea”, mientras que países como Singapur y Corea del Sur, que tenían un PIB per cápita menor al nuestro en los años 70, han logrado despegar, beneficiando sustancialmente a su población. Por otro, una reacción positiva, al comprobar que ningún país está predestinado al subdesarrollo y que los mexicanos también podemos salir de él, si creamos las condiciones que sustenten nuestra expansión productiva.
Innovación y crecimiento competitivo
En la medida en que los países se desarrollan, van pasando diferentes etapas de transición. Tal vez la más dura es la que México está experimentando, de un desarrollo basado en eficiencia e importación de tecnología, a uno basado en la innovación.
Los empresarios mexicanos deben continuar un cabildeo intenso para conseguir las famosas reformas estructurales, que establezcan las condiciones básicas y los factores de eficiencia, determinantes de la competitividad. Sin embargo, su responsabilidad va más allá: deben liderar una verdadera reforma estructural empresarial, que cultive una visión más robusta de la innovación en todo el sector privado mexicano.
Sería un grave error seguir pensando que los empresarios mexicanos debemos esperar a que el gobierno conduzca las reformas estructurales para empezar a abrazar la innovación. En ninguna parte del mundo, aun en aquellas naciones donde el gobierno no ha hecho la tarea, se justifica que los empresarios se conformen con imitar a sus competidores. La única forma de generar la riqueza y los empleos productivos que requiere nuestra sociedad es innovando y diferenciándose de los demás.
De acuerdo a Kim y Mauborgne (“Blue Ocean Strategies”, Harvard Business Review, 2005), las empresas de grandes rendimientos son aquellas que siguen “estrategias de Océano Azul”, es decir, aquellas que crean sus propios espacios de mercado y buscan simultáneamente la diferenciación y el bajo costo. En contraste, las empresas que siguen “estrategias de Océano Rojo” son aquellas que hacen lo mismo que sus competidores y sólo se preocupan por ser más eficientes que ellos.
Según los autores, los océanos se tornan rojos porque se pintan con la sangre que resulta de una guerra de precios constante, entre competidores que ceden valor a sus proveedores y clientes por no diferenciarse. Esta alegoría nos recuerda que sólo puede haber un líder en precio; el resto de las empresas debe competir en base a valores agregados.
En la práctica
Kim y Mauborgne ponen como ejemplo contundente al Cirque du Soleil como una empresa que siguió una “estrategia de Océano Azul” y que ha sido sumamente exitosa. Operar un circo ha sido por décadas un negocio en decadencia; en lugar de salir a competir imitando y buscando ser más eficiente, el Cirque du Soleil reinventó el modelo de negocio. Eliminó a los animales, que son los costos más pesados de un circo, y combinó los actos circenses con música y danza, para acceder a clientes con mayor capacidad de compra y gusto por la opera y el teatro.
No se trata, entonces, de salir a competir en mercados existentes, se trata de crear nuevos espacios de mercado. El juego no consiste en simplemente competir, sino en hacer a la competencia irrelevante (¿qué tiene que ver el Cirque du Soleil con los circos tradicionales?). La verdadera oportunidad para generar riqueza descansa más en la capacidad de generar una nueva demanda que en explotar una demanda existente; más en romper los equilibrios valor-costo de las industrias tradicionales que en mejorar la eficiencia del negocio, por ejemplo, cambiar la estructura de costos del circo eliminando a los animales.
En síntesis, los verdaderos saltos en la productividad se logran con empresarios que se vuelcan a la innovación y lideran la transformación de sus organizaciones, aquellos que vislumbran y buscan una sociedad de la innovación y el conocimiento.
Crecimiento económico sustentable
Una sociedad de la innovación y el conocimiento, que muchos países están cultivando, se distingue por un crecimiento económico sustentable, con empleo digno, cohesión social y respeto al medio ambiente; por ser una sociedad donde todas las redes productivas y sociales son habilitadas por las Tecnologías de la Información y Comunicaciones, para satisfacer las necesidades de salud, educación, gobierno y bienestar económico.
Pero, sobre todo, es una sociedad que descansa en organizaciones que abrazan los valores que liberan la creatividad del individuo y la colaboración social:
• Organizaciones centradas en los individuos, clientes, ciudadanos, estudiantes, que se mueven en función de sus demandas y las utilizan como fuente de innovación, personalizando sus bienes y servicios continuamente.
• Organizaciones que se especializan y diferencian, complementándose mediante alianzas y otros esquemas de colaboración ganar-ganar público-privados.
• Organizaciones que se distinguen por su interacción ágil y flexible para generar y adaptarse continuamente a los cambios.
• Organizaciones con personal altamente capacitado que trabaja en equipo, alineado a una estrategia de largo plazo. Personal con libertad y recursos para tomar decisiones, compartir experiencias y conocimientos, así como adoptar mejores prácticas e innovarlas.
• Organizaciones con líderes, públicos y privados, con visión de largo plazo, que cultivan el talento y las organizaciones que aprenden, y se sujetan por convicción, a mecanismos de gobernabilidad y transparencia.
No hay duda que México requiere no sólo las reformas estructurales tan conocidas, sino también una reforma estructural empresarial que sea un motor de una sociedad mexicana de la innovación y el conocimiento.
Publicado por: TuDecides.com.mx
Edición: Adrián Soltero
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